En las distancias cortas, la luz no revelaba su velocidad

Annia Domènech

¿Es la velocidad de la luz infinita? Lo parece, pues cuando observamos un objeto creemos verlo instantáneamente. Hasta el siglo XVII los investigadores estaban mayormente de acuerdo con esa impresión del ojo humano, y no creían tener nada que medir.

En disonancia con esa creencia general, compartida por sabios de la talla de Descartes, hubo visionarios como Empedocles de Agrigento en la Antigüedad e Ibn al Hazen en el siglo XXI que consideraron que la propagación de la luz es un fenómeno que requiere tiempo. Su propuesta conceptual, pues no se basaba en ningún experimento, tardó siglos en ser demostrada: determinar no sólo que la luz se desplaza a una velocidad finita sino también medirla no se logró hasta el siglo XIX. Se hizo usando distancias para deducir, a partir del tiempo que tarda la luz en recorrerlas, a qué velocidad avanza.

En la primera mitad del siglo XVII, Galileo, constató que la luz se desplaza más rápidamente que el sonido: «el flash de una explosión de artillería llega a nuestros ojos sin lapso temporal, en cambio el sonido lo hace tras un intervalo». El sabio italiano realizó experimentos para intentar determinar que la luz no se recibía de forma inmediata independientemente de la lejanía de su origen. El tiempo transcurrido entre que él destapaba su linterna y veía la de su colaborador respondiéndole, posicionado a aproximadamente 1,5 km, le pareció nulo: la distancia no era suficiente. Sin embargo, escribió: «Si la aparición de la luz opuesta no es instantánea, como mínimo es extremadamente rápida, casi inmediata».

Leer másEn las distancias cortas, la luz no revelaba su velocidad